La actividad física es vital para mantener las funciones básicas del cuerpo y contribuye además a favorecer el bienestar emocional, a mejorar la motivación y a desarrollar una actitud positiva ante la vida. Cualquier disminución importante en la actividad o períodos de inactividad prolongados pueden afectar a los principales sistemas del organismo -corazón, pulmones, huesos, músculos y articulaciones- provocando un empeoramiento en el estado físico general de la persona y un aumento en el nivel de dependencia, que puede tener también un impacto psicológico: pérdida de motivación, pérdida de confianza y seguridad en sí misma y pérdida de autoestima.
Por ello, es fundamental que las personas mayores disfruten del mayor número posible de oportunidades para mantener y desarrollar sus habilidades físicas -sentarse, estar de pie, andar, pasar sin ayuda de la silla a la cama o de la cama a la silla, maniobrar la silla de ruedas o subir escaleras, por poner algunos ejemplos-, con el fin de mantener un estado físico óptimo y, en lo posible, evitar o retrasar su deterioro. Cualquier disminución en su nivel de actividad podría reducir su autonomía en la movilidad, incrementando la necesidad de apoyo, de modo que conviene aprovechar todas las oportunidades para que la persona mayor se active: no hay que levantarle de la cama si puede levantarse sola; no hay que llevarle en silla de ruedas al WC si puede andar hasta el servicio, etc., aprovechando todas las actividades cotidianas habituales para moverse y desplazarse. Si la persona se resiste a estas pautas, es importante considerarlo en la planificación individual para adoptar medidas y programar aprendizajes que le orienten hacia una mayor movilidad.