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Bienestar emocional y calidad de vida

El concepto de bienestar emocional está muy íntimamente ligado al de calidad de vida. En efecto, aunque este último se encuentra en construcción y coexisten, de hecho, diferentes enfoques y modelos de calidad de vida, se acepta casi unánimemente que en ella intervienen componentes objetivos y subjetivos, y que ambos pueden medirse.

Esto es así desde que, hace 30 años, se iniciara el estudio sistemático del bienestar subjetivo. En efecto, en 1976, dos publicaciones de capital importancia en esta materia, lanzaron la idea de que la ´felicidad´, la ´calidad de vida subjetiva´, la ´satisfacción con la vida´ y, en suma, el ´bienestar subjetivo´ podían medirse; eran los trabajos de Andrews, F.M. y Withey, S. B. (1976). "Social indiators of wellbeing: American´s perceptions of Life Quality" y de Campbell, A.; Converse. P.E.; Rodgers, W.L. (1976). "The Quality of American Life: Perceptions, Evaluations and Satisfactions". Con anterioridad, primaba el escepticismo en relación con la posibilidad de medir esta dimensión, en particular entre los economistas, que consideraban poco científico cualquier planteamiento en esa dirección. Los dos estudios mencionados aportaron evidencias contundentes de que esa medición sí era posible y de que los resultados obtenidos eran totalmente fiables.

La idea más importante que fue imponiéndose a medida que el estudio del bienestar subjetivo fue intensificándose, fue que estas nuevas mediciones eran distintas de las mediciones de bienestar aplicadas tradicionalmente. En efecto, hasta entonces, el bienestar se evaluaba y medía únicamente en términos objetivos, en particular, en términos de riqueza y de salud; según los economistas, el dinero y la salud eran indicadores fiables de felicidad, de tal suerte que, desde su óptica, cuanto mayores fueran los recursos y cuanta mejor la salud física, más feliz se sentía la persona. Pero las nuevas mediciones empezaron a arrojar datos que contradecían ese enfoque, en la medida en que permitieron detectar que las personas en buen estado de salud física, sin ninguna discapacidad, no se mostraban necesariamente más satisfechas con su vida que las personas con discapacidad. En otros términos, los parámetros de carácter subjetivo permitían detectar y medir algo diferente de lo que medían los indicadores objetivos.

A partir de ese momento, se aceptó que la calidad de vida, como un constructo global, tenía dos componentes, uno objetivo y otro subjetivo, que, si bien guardaban relación entre sí, estaban bien diferenciados. Esta distinción entre la dimensión objetiva y subjetiva de la calidad de vida ha permanecido y se ha afianzado como la idea básica para la comprensión del constructo. Para alcanzar una visión completa de la calidad de vida, es pues necesario realizar tanto mediciones objetivas como mediciones subjetivas y dichas mediciones deben realizarse de forma independiente (es decir, no es posible combinar ambas medidas en una única escala de medición, debido a la naturaleza variable de su relación mutua).

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