Si se opta por integrar la perspectiva de género en los procesos de acompañamiento, estamos obligándonos a considerar sistemáticamente las posibles diferencias en cuanto a las necesidades de mujeres y hombres y sus diversos puntos de partida, considerando que existen procesos, debilidades, potencialidades y también respuestas en las personas que pueden tener explicación en clave de género.
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Para identificar y comprender la desigualdad es necesario plantear los interrogantes adecuados. Para ello el primer paso es ver, y para ver hay que saber qué mirar. Hay que recordar la necesidad de desagregar por sexos (considerando el sexo como una variable y el género como una categoría de análisis) todos los datos de los que se disponga para saber de qué manera se ven afectadas mujeres y hombres por determinados fenómenos (desempleo y tasa de actividad, brecha salarial, violencia, sobrecarga en los cuidados, pobreza o acceso a recursos), y cruzar esos datos con las percepciones de las personas para ver en qué grado coinciden.
Y sobre todo hay que cuestionarse: ¿se puede hacer algo diferente con lo que tenemos?, ¿qué se ofrece desde las intervenciones sociales?, ¿podemos lograr cambios y mejoras? y, por supuesto, ¿estamos dispuestas y dispuestos a hacerlo? También, tal y como plantea María Pazos (2006), hay dos preguntas que pueden guiar nuestra intervención: