El VII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España 2014 (FOESSA, 2014) muestra que la feminización de la pobreza caracteriza la exclusión en sus diversas formas. Existe un aumento progresivo de la presencia de mujeres entre las personas excluidas y aumenta la pobreza en los hogares encabezados por mujeres, así como su invisibilidad.
Por otra parte, se demuestra que las mujeres que acaban inmersas en itinerarios de exclusión lo hacen por razones y procesos específicos de género. Saltzman (1992) nos dice que la relación Patriarcado - Estado del Bienestar funciona como un factor exclusógeno dada la estructura jerárquica patriarcal que relega a las mujeres a espacios concretos y excluyentes.
Si realizamos una observación desde la perspectiva de género de los perfiles con los que trabajamos, es fácil distinguir ciertos patrones de género. En la población sin hogar, reclusa o ex reclusa, o con problemas de drogodependencia, prevalecen los varones, sin embargo, las mujeres que pertenecen a estos grupos presentan una exclusión más acentuada. También fenómenos como la violencia machista y la explotación sexual afectan muy mayoritariamente a las mujeres.
Además, sabemos que cuando cruzamos la categoría género con otras igualmente significativas como la edad o la etnia, encontramos grupos de mujeres que sufren dobles o triples discriminaciones. En nuestra práctica podemos encontrar mujeres migradas, mujeres pertenecientes a minorías étnicas (fundamentalmente gitanas) mujeres prostituidas, mujeres con discapacidad, mujeres responsables de núcleos familiares (o monomarentales) y, por supuesto, en ocasiones con carácter transversal al resto de categorías, mujeres víctimas de violencia machista.