Según Canimas i Brugué (2006), en la ética contemporánea hay dos valores que se consideran muy importantes: el respeto a la autonomía de las personas y la necesidad de diálogo. Y la definición de acompañamiento, precisamente, nos remite a estas dos ideas; “protagonismo”, es decir, autonomía, y “diálogo”, es decir, diseño conjunto, consenso. Estos dos valores van juntos por dos razones.
La primera es que donde no hay reconocimiento y respeto a la autonomía de las personas no cabe el diálogo, pues impera la imposición. La segunda es que el reconocimiento de la autonomía de las personas obliga al diálogo. Sin embargo, los y las profesionales se mueven en relaciones en las que el cometido consiste en ocasiones en ayudar a las personas a tomar decisiones; incluso en colaborar a que cambien y transformen sus ideas, valores, visiones o prácticas para lograr entrar en zonas de inclusión.
Es por ello que resulta sumamente importante que desde una reflexión continua de la labor profesional, se cuestione la ética de la profesión y el valor de la autonomía, que no solo tiene que ver con las grandes decisiones morales de la persona, sino también con el respeto de las pequeñas decisiones que las personas pueden y deben tomar en el marco de un acuerdo de incorporación y de una relación basada en el acompañamiento. La función es acompañar, estimular la conciencia, ayudar a contrastar posibilidades, a valorar resultados y consecuencias, nunca decidir por la persona.
Debemos conjugar los deseos de las personas con las que trabajamos con nuestro mandato, entender que cuando diseñamos un itinerario teniendo en cuenta los deseos, peticiones de la persona, es decir, su autonomía, se está trabajando la responsabilización para con su propio proceso. Y debemos aceptar a las personas tal y como son, no como nos gustaría que fueran.