Cuando una persona sufre daño cerebral adquirido, las consecuencias afectan a todas las dimensiones de su vida y, en consecuencia, tienen un fuerte impacto en sus relaciones con los demás, en particular en sus relaciones de pareja y en sus relaciones familiares: se resienten la distribución de roles y responsabilidades familiares y las rutinas de la vida diaria.
En muchas ocasiones implica, necesariamente un cambio en el plan de vida anterior. La persona debe modificar sus expectativas con respecto a sí misma y su entorno directo también debe hacerlo.
Además, el cambio profundo en la situación familiar y en la manera de comportarse de la persona afectada hacen que tenga que construirse toda una identidad nueva para esta última, lo cual puede resultarle aún más difícil debido a todos los problemas psicológicos que acompañan a la lesión cerebral.
Por ello, el papel de la persona cuidadora resulta muy complejo: debe proveer muchos apoyos, así como asumir un papel especialmente constructivo y flexible, aun cuando al mismo tiempo ella esté pasando por una fase de sufrimiento emocional, incertidumbre e, incluso quizá, dificultades para reconocer a la nueva persona con la que convive.
VOLVER