Ya sea por necesidades de legitimación (el daño de los intereses privados), demanda social o moda (imitar lo que hacen otras), las empresas –de toda índole– comienza a plantearse dentro de su acción no sólo el impacto económico de sus actuaciones sino la responsabilidad de las mismas de cara a la sociedad que las acoge. Cuando este planteamiento lo ponen en acción surge la necesidad no sólo de hacer algo social, sino también de hacer algo eficaz y diferente.
En palabras de Pérez Bueno (2009), “la empresa deja de ser un ámbito de decisiones único, ligado a la propiedad o a la dirección, para pasar a ser un centro multifocal, en el que los grupos de interés se revelan como contrapartes y se erigen en copartícipes.
La llamada Responsabilidad Social Empresarial será un ámbito propicio para la expansión de las organizaciones sociales, que estimulará nuevas formas de relación e intervención, cuyo alcance real dependerá del enfoque que se dé a este emergente espacio”.
La necesidad de nuevas estrategias de diferenciación competitiva
Se ha incrementado el número de jugadores capaces de entrar en viejos y nuevos campos, produciendo un ritmo acelerado de competencia económica. Dada la facilidad para imitar, y mejorar, cualquier aportación de la organización, y en cualquier plano, surge la necesidad de ubicarla, por supuesto, en el fin, el producto exitoso, pero también y especialmente en el medio: un contexto empresarial orientado a la búsqueda de la obtención de ventajas competitivas (Archibugi y Coco, 2004).
El producto o el servicio social es una forma de diferenciación que puede ser acogida y tener éxito en el mercado. Meingan y Kikuno (1995) señalan que es posible identificar en cada década una orientación básica en la finalidad de las innovaciones. En la década de los sesenta el registro dominante de la innovación se dirigía a la reducción de costes, en los setenta hacia el control de la calidad, en los ochenta hacia la diversificación, en los noventa hacia el aumento de la satisfacción del cliente. Posiblemente uno de los registros dominantes en las próximas décadas será el énfasis en la innovación social.
El agotamiento de los mercados tradicionales y la ampliación de los mercados emergentes: la base de la pirámide.
Las iniciativas sociales a nivel empresarial están comúnmente limitadas por el dinero que pueden destinar a la causa social sin poner en riesgo la viabilidad de la empresa. Algunos autores señalan que las empresas que trasladan sus actividades sociales a las estrategias prioritarias del negocio podrán (Mutis y Ricart, 2008): desarrollar un nuevo modelo de negocio que atienda efectiva y rentablemente a los mercados de renta baja y mediante la adopción de un nuevo modelo, incrementar sus capacidades competitivas.
En definitiva, profundizar en estos modelos de negocio puede brindar fuentes de innovación: cómo dichos modelos proporcionan valor a sus clientes en la denominada BDP (base de la pirámide, Prahalad y Hart, 2002) y cuanto valor capturan en el proceso de servirlos, basados en la co-creación –generación colaborativa– y las redes estratégicas. Por tanto, la colaboración y el funcionamiento en red resultan fundamentales para diseñar e implantar iniciativas empresariales que puedan aumentar la presencia de negocios rentables en la BDP, cooperen significativamente en la reducción de pobreza, sean medioambientalmente responsables, e incluso incrementen su competitividad.
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