Estrategias para prevenir la aparición de conductas problemáticas en el ámbito residencial mediante el encuadre relacional
Los educadores pueden construir un ambiente en el que se faciliten las experiencias de relaciones afectuosas y nutritivas, capaces de superar experiencias negativas de apego y relaciones distorsionadas.
La idea de construir un ambiente terapéutico en los hogares de acogida es esencial, ya que, no puede haber una terapia más intensiva que la vivencia 24 horas al día en un ambiente de seguridad y afecto en el que se presta atención a las especiales necesidades de cada niño.
Las orientaciones que se van a presentar se han elaborado partiendo de las necesidades de los niños que han experimentado problemas de apego y han sufrido experiencias negativas en sus relaciones con adultos. Sin embargo, tener en cuenta estas orientaciones y tratar de llevarlas a cabo cuando sea pertinente tiene un efecto general recuperador de las experiencias negativas pasadas, así como preventivo para muchos problemas tanto internalizantes como externalizantes que son bastante característicos de los niños en acogimiento residencial. (…)
La teoría del apegosubraya especialmente la adquisición por parte del niño de la confianza en el hecho de que sus necesidades van a ser satisfechas cuando lo precise, lo cual genera un sentimiento de seguridad y bienestar.
La figura de apego se utiliza entonces como una base segura (concepto muy importante en esta teoría) para que el niño se lance a explorar, disfrutar y aprender del ambiente que le rodea, ya que sabe que si surge alguna dificultad o amenaza dispone de una figura protectora.
De este modo, el desarrollo de un apego seguro con el cuidador estimula conductas de exploración que son fundamentales para que el niño adquiera aprendizajes y potencie su desarrollo.
Una de las diferencias más importantes entre los niños que han recibido buenos cuidados y los que han recibido malos tratos o negligencia es la presencia o ausencia de curiosidad, interés y disfrute por el mundo que le rodea.
Los niños que han sufrido maltrato a menudo se vuelven meros observadores de un ambiente que perciben como impredecible y amenazante, siendo muy característico su rostro tenso y temeroso, así como su falta de energía y de entusiasmo.
Según el grado de seguridad que los niños han llegado a desarrollar en relación con la figura encargada de su cuidado se suelen distinguir cuatro tipos de estilo de apego: apego seguro, apego evitativo, apego ansioso-ambivalente y apego desorganizado.
La formación del apego se concibe como una de las tareas evolutivas más importantes a la que el niño debe hacer frentedurante su primer año de vida.
Los estilos de apego (Barudy, J., y Dantagnan, 2005)
Apego seguro
Cuando el niño utiliza a la figura de apego como base de seguridad para explorar el entorno, presentando un sistema de apego activo que funciona de forma adaptada a las diferentes situaciones.
Es el producto de una interacción armónica y cálida entre el principal cuidador y el niño, donde el primero está accesible para el niño y responde coherentemente a sus demandas. El niño se siente comprendido, aceptado y valorado y va aprendiendo a ser efectivo en sus demandas.
Cuando se adquieren estas fortalezas durante la infancia el niño es capaz de construir una alta autoestima y autoeficacia, así como la habilidad para manejar sus pensamientos, sentimientos y conducta en contextos más allá de la familia.
Apego inseguro evitativo
Sería el producto de que el principal cuidador ignore las demandas del niño, sintiendo este que sus peticiones son rechazadas y sus sentimientos ignorados. Los niños aprenden entonces a silenciar sus sentimientos para evitar las respuestas de rechazo del cuidador.
Se trata de un mecanismo de autoprotección que consiste en evitar o inhibir las conductas de aproximación hacia las figuras del cuidador. Cuando las respuestas obtenidas con estas conductas no sólo no satisfacen las necesidades afectivas del niño, sino que generan estrés, angustia y dolor, el niño aprende a vivir una especie de pseudo-seguridad inhibiendo las conductas que expresen emociones y una búsqueda de los demás.
A medida que el niño crece, va utilizando diferentes estrategias para rehuir todos aquellos aspectos que tengan que ver con los vínculos interpersonales, los afectos y las emociones.
Apego inseguro ansioso-ambivalente
El niño desarrolla una ansiedad profunda por ser amado y ser suficientemente valioso, así como una preocupación por el interés o desinterés que muestran los otros hacia él.
Se suele producir cuando el niño está expuesto a la falta de disponibilidad psicológica por parte de los cuidadores, que hace que los cuidados cotidianos del bebé sean incoherentes, inconsistentes e impredecibles.
Se trata de cuidadores inconsistentes que algunas veces se encuentran cómodos respondiendo a las necesidades de sus hijos, otras veces enfadados y algunas veces ineficientes. Esto hace que en los niños se desarrolle una falta de sentido de lo que está pasando y de control sobre su ambiente.
Este estilo de cuidado genera en el bebé una sensación de abandono, de soledad e impotencia que le provocará una intensa ansiedad. Como consecuencia, incrementa sus conductas de apego e insiste en las demandas mediante conductas tales como llorar, gritar y pegarse a su cuidador.
Apego inseguro desorganizado
Agruparía a aquellos niños que presentan una gran confusión y desorganización en sus conductas de apego. Mientras que en los apegos evitativo y ansioso-ambivalentes el niño desarrolla un mecanismo, bien de inhibición de sus conductas o bien de reactivación, respectivamente, en el caso del apego desorganizado sus experiencias tempranas son tan dolorosas y caóticas que ni siquiera pueden organizarse en un tipo de respuesta característica y sus estrategias defensivas se colapsan.
Suele generarse en ambientes familiares con cuidadores que han ejercido estilos de relaciones parentales altamente incompetentes y patológicas, producto en muchas ocasiones de problemáticas severas como el alcoholismo, toxicomanías o patología psiquiátrica crónica. Su estilo de relación con el bebé es violento, desconcertante e impredecible, por lo que los niños desarrollan una actitud de permanente temor.
El hecho de que las personas en las que debe buscar protección sean al mismo tiempo objeto de temor les coloca en una paradoja imposible de resolver. Estos modelos de relación conducen a la larga a que los niños se ven a sí mismos como indignos y malos y que perciban a los otros como inaccesibles, peligrosos y abusadores.
A su vez, a medida que avanza el desarrollo y alcanzan la adolescencia, sus comportamientos pueden volverse agresivos como forma de defensa y reforzar la visión de sí mismos como personas negativas o peligrosas.
En estos casos, si no se brindan experiencias alternativas que modifiquen este modo de verse y de ver a los otros, el pronóstico es muy pesimista.
Fuente
Elvira, L., (coord.), et al., Salud mental de menores en acogimiento residencial. Guía para la prevención e intervención en hogares y centros de protección de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Badajoz, Junta de Extremadura, 2011, 240 p.
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