En muchas ocasiones el/la hijo/a agresor/a ha sido testigo o víctima de peleas e incluso de malos tratos.
Los estudios al respecto reflejan que haber presenciado violencia en la familia –en sus diversos modos- se relaciona directamente con un aumento de la misma hacia los padres y madres (Carslon, 1990; Cornell y Gelles, 1982; Kratcoski, 1985, citado en Paterson, Luntz, Perlesz, Cotton, 2002).
Además, haber aprendido a utilizar la violencia en su familia como forma de resolución de conflictos hace más probable que el/la menor la emplee en un futuro con su familia. (…)
El objetivo es conocer cuál ha sido la manera de educar a ese/a hijo/a y ver si, en el caso de parentalidad compartida, han existido o no acuerdos entre los padres sobre la imposición de normas y castigos. Y, por otro lado, recabar información acerca de la llegada de ese/a hijo/a a sus vidas, indagando cual fue la motivación para tenerlo, si fue inesperado/a o no, si estaban preparados y como les afectó en sus vidas.
Al ser una violencia que se da principalmente en el ámbito familiar, es necesario preguntar qué sucede dentro de la familia, cuál es su funcionamiento, cómo está establecida la jerarquía, etc.
La violencia filio-parental se puede presentar en diversas tipologías de familia (monoparental, reconstituida, tradicional, adoptiva). Dependiendo de los diversos modelos familiares, la intervención tendrá modificaciones.
No en pocas ocasiones los cambios que se hayan dado en la estructura familiar (separación de los padres, fallecimiento de uno de los progenitores, etc.) son factores que pueden influir en el desarrollo de conductas violentas como expresión de enfado. Además, con la finalidad de saber la causa por la que la víctima es un miembro de la familia u otro, resulta básico conocer el tipo de relaciones.
Es importante saber cuántos miembros hay en la familia, para conocer así el modelo familiar con el que se va a trabajar. Por otro lado, ver como intervienen otros miembros de la familia (en el caso de que haya) ante la conducta violenta.