En la violencia filio-parental, la imagen familiar –tanto la de los progenitores como la de los hijos/as violentos/as–, se encuentra deteriorada: la sensación de fracaso de los padres en la educación, la “vergüenza” que supone ser agredido por un/a hijo/a, etc.
La “protección” de la imagen familiar produce que, casi todas las familias afectadas nieguen la seriedad de la agresión y minimicen sus efectos, aun cuando sean públicos y evidentes. Esto constituye un serio obstáculo para la adecuada prevención y abordaje de estos casos, que sólo consultan cuando las agresiones se hacen públicas por alguna razón.
El deterioro de la situación familiar lleva a una reacción que justamente trata de presentar una imagen opuesta: se crea así el mito de la paz y armonía familiar, visible en la mayor parte de estas familias hasta que ya no se puede disimular la evidencia. Para ocultar lo que está ocurriendo, se va construyendo un secreto en torno al funcionamiento familiar. Aunque la creación y el mantenimiento de éste son típicos de cualquier tipo de violencia intrafamiliar, en la violencia filio-parental, la negación es prácticamente una norma y llega a extremos graves: se toleran niveles elevados de agresividad durante un período prolongado, antes de tomar medidas. (Henry, Harbin y Madden, 1979) (…)
El mantenimiento del secreto se caracteriza por:
Esto hace que la familia pierda progresivamente el contacto con el exterior, lo que lleva a un aislamiento, que favorece, a su vez, el incremento de la conducta violenta. El aislamiento puede deberse también a una exigencia del hijo/a agresor/a, que ve en él una mayor facilidad para conseguir sus objetivos. El aislamiento favorece, entonces, el mantenimiento del secreto, por lo que se crea un círculo vicioso que potencia, a la vez, el agravamiento del problema.