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Selección de habilidades: ¿Qué enseñar y por qué?

Algunas habilidades son más útiles que otras para ayudar a la gente a vivir de forma independiente. Entre ellas destacan las denominadas "habilidades funcionales", que son las que ayudan a las personas a desenvolverse eficazmente en los lugares en los que viven, trabajan y disfrutan de su ocio. A la hora de programar su enseñanza es necesario establecer un orden de prioridad y para ello se ofrecen a continuación algunas pautas que pueden ayudarnos a seleccionar las habilidades más adecuadas en función de las diferentes circunstancias.

En términos generales, cabe considerar tres criterios básicos para seleccionar las habilidades que conviene que la persona aprenda:
 

  • La frecuencia con la que se requiere esa habilidad en la vida diaria.
    • Uno de los criterios para determinar el nivel de prioridad es la frecuencia: cuanto más a menudo se necesite recurrir a una determinada habilidad, más útil resultará aprenderla. Así, por ejemplo, limpiarse los dientes es una habilidad que se requiere con mayor frecuencia que atarse los cordones de los zapatos, y, desde ese punto de vista, es más útil y, por lo tanto, será conveniente enseñarla antes.
       
  • La adecuación de la habilidad a la edad cronológica de la persona.
    • Para todas las personas, y también para las personas con discapacidad, es importante ser percibida como alguien competente, porque esa percepción no sólo favorece el respecto de los demás sino que también tiene un fuerte impacto en el grado de autoestima. Para ser percibida como alguien competente es esencial que la persona con discapacidad cuente con habilidades apropiadas a su edad, lo que exige que estas últimas se seleccionen de acuerdo con ese criterio, evitando infantilizarle.
    • Así, si se le enseña a una persona con discapacidad a hacer un buen uso de un servicio comunitario de ocio, como por ejemplo un gimnasio, conseguirá ser más autónoma, lo que le permitirá utilizar ese servicio con mayor frecuencia y aumentar su nivel de integración en su entorno social, y además, liberará tiempo del personal de apoyo. Del mismo modo, el aprendizaje de habilidades laborales le abrirá la puerta a participar en el mercado de trabajo y eso le dará nuevas oportunidades de mejorar y enriquecer su vida social.
    • Es importante seleccionar tareas que tengan un objetivo o una finalidad bien determinada, a fin de que la persona con discapacidad entienda no sólo lo que se espera de ella sino también para qué sirve. Por ejemplo: no es fácil enseñar a una persona a sentarse, simplemente; es más fácil hacerlo en el marco de una actividad que le lleve a ello, por ejemplo, comer.
       
  • El potencial de la habilidad para evitar una conducta problemática.
    • Por regla general, las conductas problemáticas sirven a la persona con discapacidad para conseguir algo que desea o para evitar algo que no desea. En consecuencia, una vía para reducir la aparición del problema de conducta es enseñarle vías o habilidades que resulten más apropiadas para alcanzar el mismo objetivo, es decir para desempeñar la misma función que el problema de conducta.
    • Así, una persona puede haber aprendido, por experiencia, que cuando quiere levantarse de la mesa y salir del comedor nada más terminar de comer, la vía más eficaz consiste en tirar un plato al suelo. Si se le enseña una habilidad funcional sustitutiva del problema de conducta, es decir, una habilidad con la que alcanzará el mismo objetivo -poner la servilleta en el plato o llevar los platos a la fregadera-, su potencial de integración social se verá mejorado.
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