Cuando enseñamos a alguien a hacer algo, tendemos a utilizar muchos refuerzos positivos, especialmente refuerzos sociales, con el fin de motivarle para que siga intentándolo. No obstante, si la persona está aprendiendo a hacer algo que realmente quiere hacer, no necesita tantos refuerzos y conviene que nos acostumbremos a reducirlos para evitar que acabe dependiendo de ellos cada vez que quiera saber si está haciendo las cosas bien o no.
En otros términos, conviene acostumbrar a la persona con discapacidad a que considere que, si no se le dice nada durante la realización de la tarea, significa que la está realizando adecuadamente. De esa forma, no se hace dependiente de la obtención del refuerzo cada vez que finaliza una fase y puede pasar a la siguiente de forma natural y continuada. Esto no significa que haya que dejar de mostrar aprobación, pero conviene hacerlo de forma más natural, por ejemplo al finalizar la tarea o cuando se observa que la persona está realizando un duro esfuerzo para conseguirlo o sólo en alguna de las muchas ocasiones en que lo realiza (refuerzo intermitente).
Esta estrategia puede resultar difícil de aplicar al principio, porque tanto las personas con discapacidad como las y los profesionales estamos acostumbrados a una pauta de refuerzos más continua, pero, con el tiempo, observaremos que consiguen hacer las tareas sin ese refuerzo constante, dado que pasan a integrarse en su plan de vida habitual.
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