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Consecuencias emocionales y conductuales del Daño Cerebral Adquirido

Todas las personas con daño cerebral adquirido, sufren, de un modo u otro, un cambio emocional y conductual. Siendo el cerebro la sede del control de nuestras emociones y de nuestra conducta, es inevitable que los daños que sufre tengan repercusiones en ellas, como también las tiene en el pensamiento, la memoria, el habla y el movimiento.

Son cambios más difíciles de apreciar a simple vista que los daños motores, los de comunicación o incluso los de memoria, y son más difíciles de comprender, de asumir y de soportar, tanto para las propias personas afectadas como para su entorno inmediato; de hecho, las investigaciones parecen apuntar a que, a largo plazo, estos problemas emocionales y conductuales son la principal causa de estrés en los miembros de la familia.

En muchos casos, la recuperación es posible y las personas vuelven a adquirir, en buena medida, el control sobre sus emociones, pero a veces, cuando el daño es particularmente severo, ya no es posible reaprender y, entonces, la persona se ve forzada a vivir con un temperamento o una personalidad diferentes a los que tenía antes de la lesión.

Los problemas emocionales y conductuales pueden deberse a diversas causas:


Causas de los problemas emocionales y conductuales
 

  • Daño neurológico directo
    • La propia lesión cerebral puede ser la causa directa de los cambios emocionales y conductuales. Algunas partes del cerebro, particularmente los lóbulos frontales, actúan sobre la regulación de las emociones, la motivación, la excitación sexual, el control y la consciencia de uno mismo; una lesión en dichos lóbulos -denominada síndrome frontal- puede originar muchos de los problemas emocionales y conductuales descritos en este apartado: se rompe el delicado equilibrio de los neurotransmisores y se rompen los circuitos neurales altamente complejos que se han ido desarrollando desde la infancia para controlar las emociones y las conductas (no debe olvidarse que las personas aprendemos a controlar nuestras emociones y nuestro comportamiento, del mismo modo que aprendemos otras funciones como andar, hablar, leer o escribir).
    • Cuando esto ocurre, la persona vuelve a estar, en muchos aspectos, como en su infancia, de modo que tiene que reaprender a andar, a hablar, y también a controlar sus emociones.
    • A menudo, el daño neurológico directo produce una exageración de los rasgos existentes antes de la lesión. Es como si los controles o "frenos" que modifican y regulan la personalidad se hubiesen soltado y como consecuencia los rasgos y las peculiaridades se distorsionan y exageran: si era muy inquieta, se muestra más inquieta; si era muy extrovertida, se muestra más extrovertida, etc.
       
  • Estrés de adaptación
    • El hecho de sufrir un proceso que genera dificultades graves en las actividades cotidianas y de ir dándose cuenta de que no van a ser pasajeras, es en sí una situación de importante crisis vital. Y en tales situaciones, todas las personas tendemos a sentir niveles elevados de emoción y a experimentar un aumento de nuestra vulnerabilidad al desajuste emocional, tanto a nivel de labilidad emocional, ansiedad, depresión y agresividad, como en relación con otras alteraciones psicofisiológicas.
    • A menudo, las personas con daño cerebral adquirido se sienten frustradas porque no pueden realizar, de forma autónoma, las actividades que las personas sin discapacidad sí pueden realizar. Cualquier actividad -desplazarse, acceder a un armario, practicar deporte- es mucho más difícil en la medida en que, a menudo, la posibilidad de realizarla está totalmente condicionada a la disponibilidad, por ejemplo, de un transporte especial, del apoyo de otra persona, etc.
    • La aparición de una discapacidad también cambia el proyecto de vida. Las actividades que, con anterioridad al accidente o a la enfermedad, formaban parte integrante de su rutina diaria -ya sean actividades básicas de cuidado personal como actividades instrumentales y avanzadas de la vida diaria- se convierten repentinamente en un motivo de estrés emocional por la dependencia que conlleva su realización.
    • En dicho estrés juegan un papel fundamental los roles que cumplía habitualmente la persona antes de la lesión y las expectativas asociadas al mismo (lo que considera que podía o debía hacer), dado que, en función del tipo de lesión y de su gravedad, se abrirá un arduo proceso de reelaboración de esos roles y expectativas.
       
  • El entorno
    • Las reacciones emocionales y conductuales de cualquier persona pueden verse muy influenciadas por el entorno físico y social en el viven. El entorno social incluye familia, amigos, vecinos y equipo profesional; el entorno físico puede variar desde una sala en un hospital hasta la propia casa.
    • La discapacidad sobrevenida tiene un fuerte impacto en el ambiente del hogar, en la medida en que suele conllevar cambios de roles en la familia, la necesidad de realizar adaptaciones físicas en la vivienda o incluso la de trasladarse de domicilio, la pérdida de la comunicación oral, la pérdida de la intimidad, un cambio brusco en la economía familiar, la sensación de pérdida de la sexualidad en muchos casos, la pérdida del grupo social de referencia, etc.

En estos procesos, la atención de las y los profesionales es vital y debe adaptarse a las particularidades del caso concreto: cada persona experimenta esos cambios en su vida de manera muy peculiar y es fundamental tratar de ajustar el tipo de apoyos y su articulación al ritmo individual, para poder redefinir los roles de todas las personas implicadas y no iniciar un círculo vicioso de distanciamiento mutuo.

Fuente

SIIS Centro de Documentación y Estudios, Vivir mejor. Daño cerebral adquirido: claves para la prestación de apoyos y para la promoción de la autonomía. Serie: Buenas Prácticas en la Atención a Personas con Discapacidad, Vitoria-Gasteiz, Diputación Foral de Álava, 2012, 102 p.

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